Y sí, según los criptopunks, activistas que aún hoy pretenden retornar a aquel estado ideal, hubo un momento en el que parecía romperse el monopolio de la comunicación que durante siglos estuvo en manos corporativas. Pero la nueva imprenta tenía dos lados flacos, que la hicieron caer en las manos de quienes manejaban el viejo poder analógico: el dueño del servidor, y del sitio donde se encuentra, manda sobre las informaciones que este alberga, lo mismo ocurre con el cableado de internet; por otro lado, quien maneja el lenguaje, la programación, es dueño de toda la arquitectura. Pronto el software y el hardware fueron cotos feudales cerrados, cuyo único puente de acceso es la compra de ambos mediante el mercado y la sumisión a las reglas de juego de las grandes compañías que se agruparon en los países anglosajones, sobre todo Estados Unidos. Dichas corporaciones caen, por la fuerza o voluntad propia, bajo la jurisdicción de las agencias de inteligencia y se convierten en extensiones de estas. He ahí el final del periodo ideal de la libertad informática.
Tanto el mecanismo visible como el invisible de las tecnologías de la infocomunicación pertenecientes a las corporaciones clasifican como claves inaccesibles, y aunque se puedan hackear, decodificar, la mayoría de los usuarios solo tienden a hacer un uso lúdico y sumiso de esos instrumentos. Ese adormecimiento, donde lo primero que entregamos gratis es nuestra confianza y luego toda la información personal, lo busca el mercado mediante la salida constante de softwares y hardwares cerrados, llevándonos hacia uno y otro lado, dejándonos en lo fenoménico, sin que entremos a la esencia.
Y la esencia es la programación, la criptografía, que cada vez está más en manos de poderes externos a internet, pero que están interesados en que este no sea una herramienta de emancipación, sino la maquinaria de totalitarismo más eficaz jamás inventada.
Luego de 1991, a pesar del discurso de Fukuyama sobre el triunfo del liberalismo y el fin de la historia, sabemos que la mayor parte del Estado de Bienestar fue desmontado por los países occidentales, a la par que las libertades civiles desaparecían bajo leyes cada vez más alejadas de la agenda social y cercanas a la ideología Neocon (neoconservadora).
La unión entre esta deriva política y el control económico corporativo, generaron una especie de utopía (distopía) donde las élites podrán al fin cumplir sus aspiraciones de dominio total, arrasando con los últimos reductos que impiden el acceso a los individuos: la privacidad y las leyes estatales. De manera que el Big Brother siempre te estará mirando, manejará tus gustos y por tanto tus compras, hará de tu vida la rutina que desea, informará solo de aquello que es conveniente, etc.
La pérdida de una sabiduría que nos pertenece a todos, como derecho humano, y su uso en manos privadas para fines mercantiles y de dominio político, marcan la presencia de internet en nuestras vidas. Lo que parecía la realización del ideal platónico de las ideas, sufrió el descalabro del control, puesto que los puntales físicos de la web siguen estando en las manos de los viejos poderosos de siempre.
Internet, con sus dueños corporativos, nos retrocedió al ancient régime, quitándonos muchas de las libertades de 1789. La gobernanza perfecta y descentralizada se volvió a centrar en las mismas manos, con una fuerza tal que los disidentes de dicho partido se persiguen a muerte por todo el mundo, sin importar siquiera las leyes vigentes. El dueño de los metadatos, la información global recopilada, podría colocarnos un dron sobre la cabeza cuando lo desee y no necesariamente por razones justificadas.
Al gobierno del país donde se concentran estas corporaciones, Estados Unidos, no le ha interesado actualizar su legislación para equiparar el poder entre interceptados e interceptadores. Aunque sí aprobó la Ley Patriota, que permite incluso el manejo de todas las contraseñas personales y el acceso a chats privados en función de las necesidades de los servicios de inteligencia, los cuales, ya sabemos, responden a los intereses de los contratistas privados del complejo militar industrial y petrolero. Fue el presidente general Eisenhower quien dijo, al dejar su cargo como Jefe de Estado, que le preocupaba el creciente poder de la industria militar sobre la vida civil norteamericana, ya que se ponía en riesgo el futuro de la democracia.
La Revolución Comunicacional derivó en contrarrevolución, por eso los combatientes de criptoguerras, como Julian Assange, creen en un nuevo encriptamiento, que a la vez que abierto, permita que cada quien lo use de manera que pueda protegerse de los controladores de metadatos. Solo así huiremos de ese mundo hipervigilado, que ya es la agenda de los principales gobiernos y el lobby corporativo. Privacidad para el débil, transparencia para el poderoso, es la máxima del criptopunk.
Como dijo Eisenhower, la vida privada se militarizó y, literalmente, todo usuario de un computador conectado tiene un James Bond en su dormitorio, un agente que trabaja las 24 horas, con acceso a tu persona y licencia para matar. Si eso no es el fin de la democracia liberal y sus avances, por lo menos está muy cerca de serlo, lo cual, ya lo hemos dicho, nos lleva a vivir en una Edad Media con internet. En esa verdad no importa lo que pase offline, porque la verdad es cada vez más online y ello implica que se halle bajo el poder feudal de los señores de la guerra (los dueños corporativos).
fuente:agencias
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